miércoles, 16 de julio de 2008

Una (y otra) encrucijada moral

Muy frecuentemente nos encontramos con encrucijadas morales para las cuales habrá argumentos válidos a favor o en contra. Les puedo contar de una situación que al final del día no presenta ningún problema para nadie, pero que sirve perfectamente para graficar mi punto.

Hace algunas semanas, me encontraba en un paradero de microbuses en Santiago. Había aglomeración (más que de costumbre) porque el Metro tenía problemas y todos sus habituales pasajeros debimos optar por el transporte de superficie. El paradero es el primero del recorrido por lo que se forman filas para los que quieren ir sentados, mientras que los que prefieren ir de pie suben cuando los asientos se acaban, sin filas ni mayores esperas. Generalmente optaría por este último grupo, pero no ese día.

Decidí que aprovecharía el viaje en microbús para leer y por lo tanto aguantaría los minutos de espera en la fila con tal de obtener un no tan cómodo asiento. Me dirigí al final de la cola y, cincuenta metros después, estaba esperando mi turno de subir tras una señora (casi) rubia y delante de un tipo que no paraba de mirar atrás suyo, esto lo sabía porque tampoco yo paraba de mirar detrás de él: una trigueña nos regalaba un escote generoso sin miramientos sobre los gélidos ocho grados que había.

Cuatro microbuses después y luego de cerca de quince minutos de espera, estaba tomando posición en un asiento de plástico frío. Me acomodé, saqué de mi bolso compañero el libro que me había propuesto leer y me apronté a retomar desde el último párrafo de la historia. El microbús comienza su viaje y de una manera síncrona, al finalizar mi primer párrafo releído, el bus hace su primera parada del trayecto. Cuando ya empezaba a leer lo nuevo, se pone de pie al lado de mi asiento una señora mayor, probablemente cerca de los setenta años, cargada con un par de bolsas y cuadernos. Por un momento, sin mirarla a la cara aún, sentí sus ojos clavados en mi ya cómodo cuerpo.

Desde chico mi madre me enseñó, y nunca por medio de la obligación, que los ancianos y embarazadas tienen preferencia en estos casos. Pero en ese instante, siendo muy honesto, pensé en la cantidad de personas sentadas, jóvenes y sin un libro en la mano, y en la decisión abominable de la señora anciana en seleccionar precisamente mi lugar.

Yo sabía lo que tenía que hacer, pero transcurrieron segundos eternos en que esperé que alguien más cediera el asiento y me recriminé por hacer la fila de quince minutos. Finalmente la anciana se dirigió al final del microbús y me bajó un sentimiento de culpa merecido que conspiró contra mis ganas de disfrutar el libro. No me pude concentrar más que en mi egoísta actitud.

Esta encrucijada moral puede no ser tal para muchas almas más bondadosas que ni siquiera hubieran pensado los segundos que dejé pasar y hubieran cedido el puesto inmediatamente. Tampoco para los muchos que andan por la vida sin preocuparse por los demás, aunque se trate del más desvalido de los mortales.

Una de estas encrucijadas, guardando toda proporción, se dio a conocer el 2 de julio de este año cuando se supo del exitoso operativo que liberó a quince rehenes de las FARC con un impresionante registro sin muertos ni heridos.

Hoy por hoy, se discute acaloradamente sobre la supuesta "táctica" del Ejército Nacional de Colombia de utilizar símbolos de la Cruz Roja Internacional en su helicóptero de rescate y en brazaletes de los rescatistas. Un razonamiento superficial nos llevaría a pensar que gracias a eso se logró un operativo impecable y que no es tan importante "engañar a los malos" con tal de lograr asestarles un golpe de las proporciones que conocemos. Para mí, al menos, esto está lejos de ser cierto.

Por supuesto que estoy feliz de que esas quince personas estén hoy con sus familias y a salvo, pero el costo humanitario pudo haber sido muy alto de confirmarse el uso de símbolos de la Cruz Roja. ¿Por qué? El Comité Internacional para la Cruz Roja es un organismo sin fines de lucro y de carácter humanitario a nivel mundial. Aporta siempre con su auxilio en cada catástrofe que el planeta conoce, sobre todo en el tercer mundo (odio este concepto). Es también conocida por su participación activa en las guerras y revueltas, donde el organismo tiene la misión de ser neutral e imparcial. Para la Cruz Roja no hay "buenos" y "malos", sólo seres humanos en condición de socorro.

Por lo anterior, utilizar símbolos de la Cruz Roja en un engaño flagrante resulta en el socavado del organismo y, peor aún, en una pérdida de confianza que pueda llevar a grupos como las FARC a no reconocer la autoridad de la Cruz Roja, perdiendo importante ayuda para las más de 700 personas que aún aprisiona el grupo paramilitar. Además de esto, Colombia se expone a sanciones internacionales con carácter de delito según lo acordado en la Convención de Ginebra, tratados firmados por el país caribeño en 1949.

Posiblemente otra encrucijada moral con defensores y detractores, pero a la larga yo supe que debí haber dado el asiento a alguien que ha vivido más que yo y tiene menos fuerzas y ojalá lo hubiera hecho. Esperemos no tener nunca que declarar "el Ejército colombiano debió quitar sus emblemas de la Cruz Roja, ojalá lo hubiera hecho".

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